Leer en el blog de Manuel Arenas
A mí me apasiona buscar significados forzadísimos a cosas que no los tienen: yo suelo guardar objetos vacíos y decir que me recuerdan a algo especial hasta que finalmente, con muchísimo esfuerzo y dedicación, me acaban recordando: bien por las buenas, bien por las malas. Yo tengo una botella de vodka que, digo, me recuerda a Alemania; una lata de cola que según yo me recuerda a Londres y, al ladito, una barriga que justo me recuerda que la mesa ya está puesta.
Días antes de irme a Londres, me vi con el músico Javi Jareño. Yo me encontraba muy mal, casi tan mal como se encuentra una fuente en las calles inglesas, pero no quise fallar a la cita. Me regaló su disco. Firmado con esa pasión colomense que sólo los que nacimos en Santa Coloma entendemos. Cuando llegué a casa, metí el disco en la play para que sonara en mi habitación. Me divertí. El disco de Jareño sonaba entre delirio y delirio; lo escuchaba redimido por todas las veces que no pude ir a la Sala Fizz. Ese disco me despidió de la ciudad: a los pocos días yo ya estaba intentando ser un gentleman mientras nadie lo era conmigo, o sea, estaba en Reino Unido. Tuvo algo de poético que me despidiera música nacida donde yo.
Ayer, ya de vuelta, quise buscar el disco. Me apetecía escuchar una de las canciones que me despidieron. No lo encontraba. Busqué en esas cajas donde guardo bártulos que ni existen: ni rastro. Me dio por mirar la play. Allí estaba. Al parecer, debí dejarlo puesto cuando lo escuché en febrero. Nadie lo había tocado en todos estos meses. Seguía ahí, como esos perros que por mucho tiempo que pase siguen impacientes esperando el calor del dueño. Me dio, pensé, la bienvenida.
Jareño es uno de esos tipos que quiere toda una ciudad por el simple hecho de ser como es, que, por otra parte, es la razón del amor verdadero. Va más allá del talento musical: son valores. A mí hace poco que me conoce y ha tenido más detalles que los grafitis de Bansky. Es una seña de que la vida existe el sentirse más querido por un semidesconocido que por quien se autoproclama amigo. El disco de Jareño me vio marchar y me ha visto volver. O al menos ése es el significado que yo he tenido por oportuno; si quieren otro, olviden lo leído.